STRIPTEASE LITERARIO DE CARLES MONTAÑA

Mi striptease literario

Por Carles Montaña

 

-¿Tú eres lector?- me preguntó una chica. Yo sentí vergüenza ajena ante semejante manera de plantear las cosas. Me pareció un menosprecio hacia los libros. A mí los libros y la literatura me han salvado. Me permitieron olvidarme de mis granos, de mi adolescencia de mierda y de los agradables comentarios al respecto que suscitaban. Por eso no entendí a aquella chica. Era como si para ella ser lector fuera algo así como convertirse en usuario del transporte público o en conductor o en una nueva figura del pesebre junto al caganer. Aquí el pastorcillo, aquí el caganer y aquí al ladito el lector. No, no se puede banalizar de esta forma algo tan serio. Yo no soy un lector o lector. Yo leo, yo siento pasión por la literatura, me emociono con los libros. Cada libro es una nueva gota de imaginación, un estado de locura transitoria. La literatura es paroxismo neuronal. Cuando me compro una novela la abro y paso la nariz por sus páginas para saber a qué huelen. Me seducen las portadas, las contraportadas, las reseñas biográficas en los lomos de los libros. Mi vida es un libro, mi libro es una vida. Sin embargo, con los años he entendido que existe una tipología amplia de lectores, de amantes de los libros y que también hay gente que no lee y que el mundo gira y el sol sale cada mañana.

Leo cada día, pero he tenido épocas en las que me he comportado como un depredador textual. Y otras en las que he sufrido un doloroso estreñimiento. Leo todos los días cuando se acaba todo. Después del curro, los baños, las cenas, los cuentos (si llego a tiempo) y las discusiones hogareñas me tumbo y leo. Asocio tumbarme con leer. Siempre he leído tumbado y no soy un buen lector de libros ni en el metro ni en un bar ni en una cafetería librería. Necesito tranquilidad y en esos lugares hay demasiados estímulos. Me gusta leer con un té caliente o frío, con cubitos, según la época del año. Y si además me hacen cosquillas en la planta de los pies con las uñas o un ligero masaje no quiero nada más. El mejor lugar para leer lo encontré en Irlanda. Había un diván, un enorme ventanal sin persianas ni cortinas que daba a un Atlántico enfurecido y una chimenea. Aunque debo decir que los lavabos son remansos de paz para leer, incluso en los apartamentos más minúsculos.

Novelas, periódicos, cómic, poesía y revistas, por ese orden, son mi fuente de alimentación. Las letras impresas me ayudan a estar ahí. Me ayudan a reinventarme cada día y salir ahí fuera. Lo hicieron en su momento y lo siguen haciendo ahora.

Nunca leí Los Cinco, me parecieron odiosos y bastante detestables como literatura infantil. Me indujeron a pensar que eso era así. Y fue un error porque me lo habría pasado en grande. A pesar de que durante mi pre-adolescencia tuve que oír preguntas singulares a la hora de comer. A pesar de la necesidad de mi progenitor por saber cómo iba mi lectura de La Democracia en América de Alexis de Tocqueville, acompañado de comentarios sobre mi ineptitud para el deporte, me repuse. Tocqueville; Tomás Moro, con su Utopía;  Bakunin; Séneca y sus Cartas Morales a Lucilio, Aristóteles y sus Cartas a Nicómaco me acompañaron durante un buen tiempo. Supongo que formaban parte de la ineptitud paterna para comunicarse y se suponía que era mejor aconsejar desde los clásicos.

También estaban Julio Verne y el Mago de Oz. Ahora bien, mi venganza se presentó cuando empecé a comprarme los libros de Quim Monzó. Nunca llegué a entender porqué no lo ponían como lectura obligatoria escolar y nos hacían leer auténticos bodrios para retrasados mentales. Aunque encontrarme con Jacint Verdaguer, J.V. Foix y con Pere Calders me abrió nuevos horizontes. Los poemas de amor de Joan Salvat-Papasseit me hicieron zambullirme en una mirada que evitaba –mis pústulas purulentas- pero con la que convivía todos los días dos filas más allá de la mía. Los versos de Gabriel Ferrater me permitieron comprender que el Baix Camp, Riudoms y Reus podían ser también un universo increíble, además de un infierno adolescente. En ese contexto no hubo tiempo para enanos, ni hobbits, ni hermosos elfos de piel suave.

Mafalda fue también un revulsivo. Astérix, Tintín, Les Aventures Extraordinàries d’en Massagran, la revista Cavall Fort, Ot el Bruixot, Pep i Fidel y otros muchos. Mortadelo y Filemón me ponían un poco nervioso. Pero sin duda alguna lo mejor fue cuando mi padre me regaló para mi santo un ejemplar de la revista de cómic Cairo. Mi vida cambiaría para siempre: salían tetas. Me acababan de inocular el virus de los cómics definitivamente. Pero hasta que dejaron de interesarme las escenas de sexo compré CIMOC, Totem, Zona 84 y Kiss Comix. En medio me atraparon Hugo Pratt y Corto Maltés, Manara y las que hicieron conjuntamente Pratt y Manara, como Verano Indio.

Una conxorxa d’enzes (La Conjura de los Necios) y la Biblia de Neón me sentaron muy bien. En la universidad Kerouack y los beatnicks, Bukowski y su alter ego Henry Chinaski, T.S Elliot, Ezra Pound, las escritoras y escritores del Modern Movement con D.H Lawrence y también Truman Capote me permitían fugarme por la puerta de atrás. Esos fueron los tiempos de depredación textual. Lo peor fue cuando una chica lista me comentó que para entender a las mujeres tenía primero que entender a las protagonistas de Madame Bovary, Cumbres Borrascosas, La Casa de Bernarda Alba y Retrato de una Dama. Le contesté que con entender a la protagonista de El Amante de Lady Chaterley me bastaba. A la chica lista nunca la llegué a entender tras intentar comprender a todas esas mujeres. Tampoco creo que esas lecturas sirvan para entender a las mujeres, más bien sirven para entender el machismo de los siglos XIX y XX.

Antes, mucho antes que Lolita, cayó en mis manos Ada or the Ardor. Desde entonces Nabokov es un escritor imprescindible. Pero Joseph Roth y Roberston Davies me han fascinado por igual. De estos tres escritores recomiendo sus obras completas. Son maestros.

Por cierto, está a punto de salir el tomo número cinco de Blacksaad, el gato detective, que no tiene nada que ver con las historietas del gatito Pumby. Parece buen material. Y para lectores de cómic osados: Watchmen o Scalped.

Un vicio que conservo es el de leer los textos en su lengua original en catalán, inglés y en francés. If you can, do it; all the poetry is lost in translation.

 

About El Breviario

@rafarubio e @immaaguilar son los autores de El Breviario

2 responses to “STRIPTEASE LITERARIO DE CARLES MONTAÑA”

  1. Fer says :

    ¡Muy bueno, Carles! Solo una duda, ¿cómo encaja el ebook en tus hábitos de lectura? Un abrazo

    • Carles says :

      Aunque no soy un gran fan, lo respeto y me parece un soporte más. Imma y yo y la señora Rosenberg, Carmen Rosenberg, publicamos Hoja de Ruta en ese formato. Es una opción. Los periódicos los leo en mi mini iPad por cuestiones laborales. Estamos suscritos a todos así y es una herramienta de trabajo imprescindible.

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